Pelota por favor: Ira y frustración

Por Luis Ocadiz

“Hoy voy a matar a un cabrón”, dijo por la mañana y se puso su camiseta de futbol.

¡Una monstruosidad!, ¡qué repugnante!, ¿cuánta maldad puede caber en una mente así?, cuestionaste para tus adentros mientras recordabas las grotescas imágenes que te siguen estremeciendo y causando terror, asco, indignación.

Pero si vuelves a leer esa línea con un sentido más reflexivo, probablemente te sorprenda lo “normal” que pueden llegar a sonar esas crudísimas palabras en el contexto actual.

Basta con encender el televisor y esperar tres o cuatro minutos para enterarte de los más de 25 niños, entre las casi 350 víctimas civiles de la g uerra en Ucrania, a quienes la mezquindad y la avaricia les han arrebatado la vida.

Desbloquea tu celular. Revisa tus notificaciones. Sería muy extraño que tras ver las noticias que recibes -aunque no las hayas solicitado-, te deje petrificado la imagen de una docena de cuerpos inertes, semidesnudos, apilados, cubiertos con una manta que sentencia la amenaza y supremacía de uno de los 12 cárteles que dominan el ensangrentado mapa mexicano.

Sigamos: Afganistán, Yemen, Etiopía, Haití. Hambruna. Insidias. Podredumbre.

Desde que el hombre es hombre, la violencia ha sido su perversa aliada. Para subsistir, para conquistar, para aparearse. Somos omnívoros. Somos capaces de matar todos los días para cubrir nuestras necesidades más elementales.

¿Es matar una necesidad elemental?

Los psicólogos especializados en criminalística aseguran que asesinar a un ser indefenso es una condición natural (que no normal) de la mente humana.

Entrevistada por la BBC en 2019, la  Doctora en Psicología por la British Columbia University, Julia Shaw, establece que «nuestras mentes están diseñadas para disfrutar del sufrimiento de los demás».

En uno de los estudios que menciona en su libro  “Hacer el Mal”, reporta la curiosa y abominable satisfacción que produce en la psiqué humana el hecho de fantasear con asesinar a alguien. Un rival, un colega, un conocido.

“La agresión es un comportamiento humano normal: solo debemos ser cuidadosos para controlar la ira o la frustración que generalmente subyace, para que podamos minimizar el daño tanto como sea posible”, añade la investigadora alemana.

Ira y frustración, entonces, son la gasolina y el cerillo. No lo pudo decir mejor la Doctora Shaw.

Basta que un individuo acumule cierta cantidad de irritación y fastidio, derivados de constantes fracasos, desilusiones y amargura, para que el cerebro comience a liberar noradrenalina, se eleve la presión arterial y el corazón comience a latir con la fuerza de un bombo, tal y como el que aporrean los barrabravas frenéticamente durante los 90 minutos que dura el partido de futbol.

Y entonces el corazón palpita como el mismo instrumento de percusión que al ingresar al estadio suelen utilizar los “hinchas” para en su interior esconder enervantes, petardos y armas con las que saciarán sus instintos de depredador.  

Ira y frustración, que ya en cantidades insoportables logran que cualquier ente que haya crecido con complejos, lejos de un verdadero hogar, sin acceso a la educación por carencia o por omisión, se convierta en ese monstruo al que hoy asocias con las imágenes que recordaste al iniciar este texto.

¿Qué debió pasar en el camino? ¿Cuánto nos han fallado nuestros líderes? Tal es el nivel de enojo de la sociedad que estamos así, a un chispazo de matarnos por el puro gusto de irle a un equipo de futbol.

¿Será que los que sobran en este baile han llegado al hartazgo de patear piedras? Lo dijo Jorge González: nadie los va a echar de más y nadie los quiso ayudar de verdad. El cantante de Los Prisioneros, en su lírica, describe el origen del problema.

Un país sin educación, con brechas cada vez más infranqueables entre clases sociales, con evidentes rezagos en materia de igualdad y oportunidades, con un gobierno timorato ante la cada vez más poderosa opresión del narco y la delincuencia organizada. Es igual que un avispero. Es el punto de ebullición.

Hoy las dudas que todos tienen se reducen a la desafiliación de un club de futbol. A la sanción administrativa a un establecimiento

deportivo. Al cuestionamiento sobre si el país es merecedor o no de organizar un Mundial.

Casi nadie pregunta, casi nadie quiere entender, pocos se preocupan en realidad por el motivo, por saber cuáles son las putísimas razones para que alguien se levante por la mañana, se ponga su camiseta de futbol y diga “hoy voy a matar a un cabrón”.

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